Son muchos los beneficios que el trabajo
con puzzles proporciona al niño que lo realiza. Les ayuda a desarrollar
su capacidad de aprender, entender y organizar las formas espaciales;
les ayuda a desarrollar su capacidad de observación, comparación y
descripción, ya que debe encontrar los diversos elementos necesarios
para encontrar diferentes aspectos de cada pieza asi como detalles similares a otras y así poder
reconstruir poco a poco el todo.
Además desarrolla la capacidad de resolver problemas y, además, ejercitan su memoria visual.Desde pequeños iniciamos el adiestramiento de los niños para preparlos para los aprendizajes futuros, y uno de estos aprendizajes es la escritura. Se proponen ejercicios que ayuden a los niños a desarrollar el autocontrol de su propia fuerza y el de la presión digital, asimismo como la coordinación oculo-manual que influirá directamente en su desarrollo del grafismo que desembocará en la escritura.
Las actividades que propongo a los niños de la edad de César para conseguir que lleguen a un dominio de su
capacidad grafomotora se pueden dividir en varios apartados según el
aspecto más importante que trabajan. Así pues las podemos dividir en:
- Actividades que trabajan la
direccionalidad de los trazos: Este tipo de actividades trabaja
especialmente el movimiento de ojos izquierda-derecha, arriba-abajo, el
sentido de rotación, siguiendo (o no) la dirección de las agujas del
reloj.
- Actividades que trabajan el control
óculo-manual y la independencia mano-brazo/dedos-mano: con ejercicios
que activan el movimiento de los brazos, de las manos y de los dedos los
niños irán ganando soltura en su control del trazo.
- Y, como último paso previo a la escritura en sí (la preescritura)
empezamos a trabajar el trazo específico de cada letra. Hay varias
opciones en este punto y yo prefiero el uso de una pauta
(tipo Montessori) ya que considero que es positivo para el aprendizaje
porque ayuda a estructurar mentalmente el campo perceptivo de la
letra.
La habilidad escritora se adquiere en un proceso que va desde el
garabato hasta la escritura adulta. El niño que aprende a escribir debe
percibir primero que a cada expresión del lenguaje oral le corresponde
una representación gráfica, así a cada fonema le corresponde una grafía.
Este aprendizaje, realizado de una manera integral y no de manera
aislada, mostrandolo en textos completos ayuda a que el niño entienda la escritura como
el sistema que registra el habla y que, tal como ocurre con el lenguaje
oral, el lenguaje escrito sirve para comunicar lo que se quiere decir.
Lo más importante, entonces, en el aprendizaje inicial de la escritura no es aprender las “letras” sino aprender el sentido (comunicar) y el mecanismo (representar) del lenguaje escrito; junto con ello se va aprendiendo el trazo de las grafías y su mecanismo de articulación, pero siempre partiendo de un contexto significativo que tiene que ser un mensaje.
Otro aspecto importante, que debe darse simultáneamente, es el de producir mensajes (no sólo copiar textos o escribir textos dictados) ya que la producción de textos desarrolla el pensamiento y la capacidad comunicativa. El niño debe, desde el principio, tratar de traducir ideas y pensamientos propios al lenguaje escrito, usando todos los recursos disponibles a su alcance (imágenes, grafías conocidas, grafismos propios) hasta que esté en capacidad de ir reemplazando sus símbolos por los convencionales.
Lo más importante, entonces, en el aprendizaje inicial de la escritura no es aprender las “letras” sino aprender el sentido (comunicar) y el mecanismo (representar) del lenguaje escrito; junto con ello se va aprendiendo el trazo de las grafías y su mecanismo de articulación, pero siempre partiendo de un contexto significativo que tiene que ser un mensaje.
Otro aspecto importante, que debe darse simultáneamente, es el de producir mensajes (no sólo copiar textos o escribir textos dictados) ya que la producción de textos desarrolla el pensamiento y la capacidad comunicativa. El niño debe, desde el principio, tratar de traducir ideas y pensamientos propios al lenguaje escrito, usando todos los recursos disponibles a su alcance (imágenes, grafías conocidas, grafismos propios) hasta que esté en capacidad de ir reemplazando sus símbolos por los convencionales.
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