Una
de las preguntas que nos suelen formular con mayor frecuencia es ésta:
"¿Cómo puedo motivar a ni hijo?" Son dos de mis preguntas favoritas.
No, no me he equivocado. Quiero decir que en realidad son dos preguntas.
Para dar una buena respuesta a esa pregunta debemos estudiar esa cosa
tan maravillosa que se llama "motivación", así como el concepto
diametralmente opuesto a la motivación, que se llama "exámenes" o
"desmotivación".
Vayamos a Matsumoto, Japón, y al profesor Suzuki para ver un bonito ejemplo de todo esto.
Lo primero que nos
preguntamos es cómo han conseguido el profesor Suzuki y su equipo
seleccionar a 100,000 violinistas espléndidos a los dos años de edad.
La respuesta es sencilla.
No los han seleccionado.
Todos estos niños han sido
elegidos por sus madres, cada una de las cuales ha dicho, simplemente,
"Quiero que mi hijo tenga la oportunidad de tocar el violín".
La segunda pregunta que se
formula, al parecer interminablemente, es esta: "¿Cómo se obliga a un
niño de dos años a que toque el violín?"
La respuesta a esta pregunta es también bastante sencilla.
Nadie puede obligar a un niño de dos años a hacer nada.
Nosotros, los adultos,
incluso los que amamos tiernamente a los niños, lo olvidamos
constantemente, si es que llegamos a saberlo.
Un padre genial dijo hace
sesenta años que es imposible obligar a la mente de los niños pequeños a
ir más allá de lo que le causa placer.
Así pues, lo único que debe
de hacer usted para enseñar cualquier cosa a su niño pequeño es
organizarse de tal modo que le cause placer.
Y, ¿qué hacen en Matsumoto?
Hacen exactamente lo mismo que hacemos nosotros, lo que hemos hecho siempre.
Disponen las cosas de tal modo que el niño gane.
Es exactamente lo contrario
de lo que se hace en el sistema escolar. Las escuelas disponen las cosas
de tal modo que el niño pierda.
Esto se llama "exámenes".
Tendremos much qué decir más adelante acerca de los exámenes.
El propósito de los exámenes
no es, como lo han afirmado siempre las escuelas, determinar qué es lo
que sabe el niño, sino que es, más bien, determinar que es lo
que no sabe el niño.
A todos los niños les
encanta aprender, y todos los niños odian los exámenes. En ese sentido
son exactamente iguales que los adultos.
A todo el mundo el mundo le
gusta aprender, y a todo el mundo le molesta que lo examinen. Nos gusta
examinarnos a nosotros mismos, pero en privado.
Lo mismo les sucede a los niños pequeños.
Nos hacen un examen de
ortografía con cien preguntas y nos equivocamos en una. Nos ponen una
enorme X roja que está diciendo a gritos: "¡No, estúpido, eso no se
escribe así!"
El sistema escolar dispone las cosas de tal modo que el niño pierda, y por desgracia, suele perder con frecuencia.
Me parece que estoy oyendo
la voz del Jefe de Estudios que grita: "¡Pero el propósito de los
exámenes es que podamos determinar qué es lo que el niño no sabe para
encargarnos de que lo aprenda! En realidad, nos estamos examinando a
nosotros mismos."
¿Y si dejaran al niño demostrar lo que sabe?
La triste realidad es que
resulta mucho más fácil descubrir qué es lo que no sabe el niño y
asignarle una nota, que dedicar el tiempo y la energía necesarios para
permitir al niño que muestre a sus profesores lo que sabe.
Y, naturalmente, cuando se
le descubre alguna falta, no es el profesor el que queda en ridículo
ante sus compañeros: es el niño el que tiene que dar la cara.
Nuestro trabajo, nos demos
cuenta de ello o no, consiste en dar a los niños un amor al aprendizaje
que les dure toda la vida. ¡Dado que todos los niños nacen con el deseo
ardiente de aprender, lo menos que podemos hacer es no ahogarles ese
deseo!
Los exámenes no ayudan al
niño a aprender. Por el contrario, un régimen constante de exámenes
corroe lentamente el amor natural que tiene el niño al aprendizaje.
Tomado del libro "Cómo Multiplicar la inteligencia de tu bebe" de Glenn Doman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario